¿Cómo puede Estados Unidos mejorar su imagen en el exterior? Las respuestas a esta pregunta están en boca de todos los aspirantes presidenciales. Hillary Clinton dice que lo haría "enviando un mensaje para ser escuchado en todo el mundo: La era de la diplomacia 'cowboy' ha terminado". John McCain promete "cerrar de inmediato la cárcel de Guantánamo." Ron Paul y Barack Obama dicen que EEUU debe imitar a España y retirar sus tropas de Iraq. Mike Huckabee propone deshacer la "arrogante mentalidad de búnker" de EEUU.
Implícita está la idea de que George W. Bush ha dañado la reputación de EEUU en el mundo, y que el cambio de algunas de sus políticas más polémicas haría que nuevamente EEUU volviera a ser más popular. ¡Como si fuera así de sencillo!
Aunque de hecho, las encuestas muestran que el presidente Bush ha llevado el antiamericanismo a la superficie en muchas partes del mundo, las raíces de la enemistad hacia EEUU tienen un alcance mucho más profundo que un hombre y sus políticas. El problema del antiamericanismo no va a desaparecer sólo porque los estadounidenses elijan un nuevo presidente.
Contrariamente a la mayor parte de la sabiduría convencional, el antiamericanismo no es un fenómeno reciente. En Europa, por ejemplo, el antiamericanismo es tan antiguo como los propios EEUU. De hecho, el antiamericanismo está tan establecido en el Viejo Continente que en la actualidad hay tantas variedades de antiamericanismo, como países europeos.
En España, por ejemplo, el antiamericanismo se remonta a la guerra Hispano-Estadounidense (conocida también como la "guerra de Cuba"), que en 1898 puso punto final al decrépito Imperio Español y su explotación colonial en Cuba. Muchos españoles también están resentidos con el apoyo de EEUU al General Francisco Franco (1892-1975), quien en su día fue popular con los americanos debido a sus fuertes credenciales anticomunistas. Hoy en día, la mayoría de los españoles son pacifistas y no quieren a EEUU simplemente por ser una superpotencia militar.
En Alemania, el antiamericanismo es un ejercicio de relativismo moral. Intelectuales alemanes quieren desesperadamente que su nación sea percibida como un país "normal", y utilizan el antiamericanismo como una herramienta política para eximir a su país de los crímenes de la Segunda Guerra Mundial. Según su pensamiento, Alemania no puede ser tan mala cuando se comparan los "crímenes" cometidos por EEUU en Irak.
En Francia, el antiamericanismo es un complejo de inferioridad disfrazado como un complejo de superioridad. Francia es el lugar de nacimiento del antiamericanismo, y sus ataques verbales contra EEUU son una manera barata de mantener sus fantasías de grandeza y esplendor de tiempos pasados.
Políticos realistas como Tucídides (460-395 a. C.) pudieron haber predicho: el antiamericanismo es una reacción visceral contra la actual distribución de poder a nivel mundial. EEUU tiene un nivel de influencia económico, militar y cultural que provoca la envidia, el resentimiento e incluso el enfado y el miedo en muchos países del mundo. De hecho, la mayoría de los promotores del antiamericanismo seguirá criticando a EEUU hasta que este se encuentre equilibrado o sustituido como el actor dominante en el escenario mundial (por esos mismos antiamericanos, por supuesto).
En Europa, por ejemplo, donde las élites son auto referenciales y están patológicamente obsesionadas con su necesidad de "contra-balancear" a EEUU, el antiamericanismo ahora es la ideología dominante en la vida pública. De hecho, no es una casualidad que el espectacular aumento del antiamericanismo en Europa ha llegado exactamente al mismo tiempo en el que la Unión Europea, que a menudo tiene dificultades para hablar a una sola voz, está intentando incrementar su peso político en el escenario global.
En su búsqueda de transformar a Europa en una superpotencia capaz de desafiar a EEUU, las élites europeas están utilizando el antiamericanismo al crear una nueva identidad paneuropea. Esta artificial "identidad" europea post-moderna, que exige lealtad a un "super-estado" sin rostro con sede en Bruselas, en lugar de a las tradicionales naciones-estado, se creó en oposición a EEUU. Ser "europeo" implica (nada más y nada menos) no ser americano.
Debido a que el antiamericanismo europeo tiene mucho más que ver con las políticas de identidad europea que con una verdadera oposición a la política exterior estadounidense, las élites europeas realmente no quieren que EEUU cambie. Porque sin el apoyo intelectual del antiamericanismo, la nueva "Europa" perdería su razón de ser.
El antiamericanismo también impulsa la obsesión de Europa por su "poder blando" en el ámbito económico y diplomático como el remedio alternativo para los problemas del mundo. Los europeos desprecian al "poder duro" militar de los EEUU, que magnifica la preponderancia del poder e influencia de EEUU en el escenario mundial, y que expone la ficción detrás de las pretensiones de Europa de ser una superpotencia.
Los europeos saben que nunca lograrán competir con el "poder duro" de EEUU, por lo que quieren cambiar las reglas del juego internacional para que el único estándar aceptable para ser una superpotencia sea el "poder blando". Con este fin, las élites europeas intentan deslegitimar uno de los principales pilares de la influencia americana: Quieren hacer el futuro uso del poder militar de EEUU prohibitivamente costoso en el ámbito de la opinión pública internacional. A través de un sistema de derecho internacional en torno a las Naciones Unidas, intentan limitar el uso del poder americano. Para los europeos, el objetivo del multilateralismo es controlar el "poder duro" de EEUU, y no la búsqueda de soluciones a los problemas internacionales. Como dice el cliché, se trata de Gulliver en manos de los enanos.
Muchos analistas de la política exterior estadounidense se niegan a reconocer esto. De hecho, a menudo sobreidealizan el "poder blando" europeo, en gran medida porque comparten la convicción de que un orden mundial multilateral es el mejor antídoto contra el antiamericanismo a nivel global.
Ejemplo de ello es un nuevo informe sobre el "poder inteligente", publicado recientemente por el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales (CSIS) en Washington. El documento ofrece asesoramiento político sobre la base de la ficción de que la culpa del antiamericanismo es enteramente de EEUU. Se invita al próximo Presidente a solucionar el problema del antiamericanismo a través de una política exterior internacionalista. Afirma, previsiblemente, que EEUU puede recuperar su posición en el mundo a través de su cooperación con las Naciones Unidas y al firmar el Protocolo de Kyoto y de la Corte Penal Internacional.
Sin embargo, el informe no dice ni una palabra sobre el fanático antiamericanismo gratuito de las elites europeas. Tampoco se reconoce que la mayoría de los promotores europeos del antiamericanismo están mucho más en contra de lo que EEUU es, que de lo que hace. No es principalmente la política exterior de EEUU lo que tratan de cambiar: Lo que los europeos (y muchos de sus discípulos estadounidenses) quieren es recrear EEUU a la imagen europea postmoderna. A su juicio, EEUU es el problema, y su visión de una utopía europea posmoderna, multicultural y socialista es la solución.
Para ganar la aprobación de las élites europeas, el próximo presidente norteamericano (para empezar) debe renunciar a todo uso de la fuerza militar, entregar la soberanía a las Naciones Unidas, adoptar un modelo económico socialista, abolir la pena de muerte, aceptar una bomba nuclear iraní, abandonar su apoyo a Israel, apaciguar al mundo islámico en una "Alianza de Civilizaciones"…
El antiamericanismo es (por lo menos en el futuro previsible) un juego de suma cero, porque los principales promotores del antiamericanismo están negando los peligros que enfrenta el mundo de hoy. A su juicio, EEUU es el problema y su visión de una utopía postmoderna, multicultural y socialista es la solución. No importa que la mayoría de los europeos no tengan suficiente fe en su propio modelo como para querer pasarlo a la siguiente generación.
Éste es el dilema que enfrenta EEUU: si quiere ser popular en el exterior, tendrá que apaciguar a los pacifistas mundiales, lo que implica el pago de un costoso precio en términos de reducción de la seguridad. Y si EEUU quiere defender su estilo de vida de las amenazas mundiales, entonces tendrá que disminuir su popularidad en el exterior.
Pero si EEUU cede a las amenazas planteadas por el terrorismo mundial y el Islam fundamentalista, entonces la cuestión de su imagen internacional seria irrelevante.
Entonces la prioridad del próximo Presidente debería ser mantener a EEUU seguro y fuerte, en lugar de aplacar a los que nunca lo van a querer, aunque su política exterior sea más benigna.
Mejor, aún, si el próximo Presidente se enfoca en ejercer el poder americano con prudencia, ya que al hacerlo EEUU gana respeto, que en el juego inestable de las relaciones internacionales es mucho más importante que el amor.